Filoateniense
  Platón y la Teoría de las Ideas
 

 

“-Imagínate unos hombres por siempre
encadenados en una caverna.
-¡Extraño cuadro y extraños cautivos!
-Semejantes a nosotros- contestó Sócrates”.
Platón
 
 
 

Si Sócrates había sentido que los problemas cosmológicos de los autores que le precedían no alcanzaban a resolver las inquietudes morales que le parecían urgentes, Platón, a su vez, sintió que las esencias pensadas por Sócrates debían encontrar una suerte de clarificación ontológica. Y en esa búsqueda extendió sus inquietudes hacía terrenos de abstracción y profundidad insospechada. Platón buscaba comprender, desde la Filosofía, la estructura completa de la realidad.

Platón, el más importante discípulo de Sócrates, vivió en Atenas entre el 429 y el 347 a.C. A di­ferencia de Sócrates, perteneció a una clase acomodada. Su es­cuela se llamó la Academia por ha­llarse en el parque consa­grado al héroe Academo y se mantuvo por más de 900 años (385 a.C.-529 d.C.). Quemó su obra lírica y dramática juvenil al morir Sócrates, comprometiéndose de lleno el resto de su vida a la actividad que le había costado la vida a su maestro, atacado tal vez por “...la manía y la rabia de la filosofía”. De hecho, los primeros escritos se dedica­ron a trasladar al papel el pensamiento de su maestro, con el que había compartido ocho años. Sus obras poseen la estructura de diálogos entre diferentes personajes. Al igual que Sócrates, Platón luchó contra los sofistas. Sus inquietu­des le hicieron tocar temas muy diversos: metafísicos, éticos, políticos, estéticos, etc. Nos concentraremos en el corazón de su problemática: la teoría de las Ideas o Modelos. En el devenir de la historia de la Filosofía encontraremos este punto central de la reflexión de Platón una y otra vez. Ya Alfred Whitehead decía que toda la filosofía moderna no era sino “una serie de notas a pie de página a la obra de Platón”.


Los escritos de Platón incluyen poco más de treinta diálogos y una docena de cartas. Se ha cuestionado la autenticidad de algunos diálogos y de la mayoría de las cartas (solo la llamada Carta VII parece ser verídica para los especialistas). Sus diálogos pueden dividirse en tres períodos de composición. Los juveniles (o socráticos) representan el intento de transmitir la filosofía y el estilo dialéctico de Sócrates. Dentro de este grupo de diálogos podemos mencionar la Apología (o defensa que hizo Sócrates de sí mismo durante el juicio que lo llevaría a su muerte), el Critón (donde encontramos a Sócrates esperando la muerte y nos enteramos de sus argumentos por los cuales no escapará de la prisión), el ya mencionado Laques (en donde se busca el significado de la noción de valor), el Protágoras (en dónde tenemos oportunidad de conocer las ideas de este sofista, según la visión platónica) y el libro I de La República (en donde se discuten diferentes conceptos sobre la naturaleza de la justicia).

Los diálogos de madurez nos presentan plenamente sus ideas personales en el campo de la filosofía (en varios de ellos tiene un papel central su teoría de las Ideas) aunque Sócrates sigue siendo el personaje principal en casi todos los diálogos. Encontramos, entre otros, el Menón (un análisis de la naturaleza del conocimiento; allí encontramos el célebre ejemplo del esclavo que resuelve un problema geométrico con la guía, mas no la información, de Sócrates), el Crátilo, el Fedro (al final presenta las últimas palabras de su maestro al beber la cicuta; se analiza la naturaleza del alma y su inmortalidad), el Banquete o también llamado Simposio y la extensa República o Politeia (libros II a X, donde se analizan, por ejemplo, cuestiones como la organización ideal de la ciudad, la función del arte y del filósofo, el papel de las Ideas en la estructura de la realidad, etc.).

En esta última obra, Platón plantea la primera utopía sociopolítica de carácter filosófico de la historia. El Estado ideal platónico se compone de tres clases : comerciantes y artesanos, guardias o militares y el liderazgo político de los filósofos-reyes. “Hasta el día que los filósofos no tengan autoridad absoluta sobre la ciudad, no habrá remedio para los males de ésta ni de los ciudadanos”. La clase de una persona viene determinada por un proceso educativo que empieza en el nacimiento y continúa hasta que esa persona ha alcanzado el máximo grado de educación compatible con sus intereses y habilidades. Hay algo de la experiencia espartana en muchos de sus planteos organizativos de la sociedad. Los que completan todo el proceso educacional, contemplando las Ideas, se convierten en filósofos-reyes. Platón asocia las virtudes tradicionales griegas con la estructura de clase. La templanza es la única virtud de la clase artesana, el valor es la virtud de la clase militar y la sabiduría caracteriza a los gobernantes. La justicia caracteriza a la sociedad en su conjunto (todos ejecutan la función que les corresponde).

Entre los trabajos de vejez se encuentran el Teeteto, el Parménides, el Sofista, el Filebo, el Timeo (con conceptos de Platón sobre las ciencias naturales y la cosmología ; esta obra influyó mucho en el Medioevo), el Político y las Leyes (un análisis más práctico y amargo de los temas ya trabajados en la Politeia. No posee realmente el caracter de diálogo y Sócrates ya no aparece).

 

           Platón parte del problema característico del pensamiento griego: el problema del cambio, del devenir temporal. Frente al cambio y lo re­lativo, Platón busca lo inmutable y lo abso­luto, lo verda­deramente real, lo eterno más allá de lo pasajero y tem­poral. La multitud inconmen­surable de entes par­ticulares impiden la visión de la verdadera realidad que es­tructura a este mundo sensible.

            Hay, para Platón, algo constante más allá de los elementos cambiantes que nuestros sentidos perciben. Éstos cambian y se disuelven constantemente, sin descanso, pasan del ser al no-ser. Por ello, Platón traza una distinción entre dos mundos o niveles de realidad (cuya interpretación ha dado mucho que hablar a través de los siglos):

            (1) Sensible: donde todo cambia y es inevitablemente efímero. Se accede a él por los sentidos, los cuales nos ofrecen continua­mente lo múltiple y lo particular. Es el mundo inme­diato en el que vivimos, aquel al que llamamos "realidad". Platón lo llamará el mundo de la “apariencia”.

            (2) Inteligible (o de los paradigmas, de los modelos, de las co­sas-en-sí, de lo verda­deramente real o de las Ideas): en donde reina lo permanente, inmuta­ble y perfecto. Es independiente de dioses y hombres. Podemos acceder a su estructura a través de la reflexión. Sugiere Platón algo así como el “catálogo” de los patrones fundamentales del universo (casi de esta manera lo interpreta Francis Bacon), si se nos permite la metáfora, el “código genético” que actúa en la multiplicidad de entes sensibles que se multiplican al infinito mas siempre siguiendo ciertos parámetros básicos y generales.

            ¿Qué es este mundo inteligible? Las Ideas son el fundamento o causa, la esen­cia de este mundo y su meta a manera de paradigma o modelo. Las Ideas ha­cen a las cosas ser lo que son. Son la consistencia del mundo, de este mundo volá­til y afan­tasmado. Como decía un discípulo platónico llamado Jenócrates: "La Idea, cuya cons­titución está ins­cripta en la natura­leza desde la eterni­dad, es la causa que sirve de modelo a los obje­tos".

            Todas las cosas poseen una esencia, es decir, algo que las hace ser lo que son. Las Ideas pre­existen a las cosas; por ejemplo: el Cír­culo pre­existe a la mesa circu­lar y la Belleza a las jóvenes bellas. La Idea se presenta en la cosa sensible pero no es ella. La nieve es blanca por­que participa de lo Blanco, pero lo Blanco no es esa nieve ni cosa al­guna blanca; lo Blanco no se re­duce a estar en tal o en cual ente; todas las cosas be­llas no son la Belleza sino ejem­plos infinitos de esa, su Idea corres­pondiente. Hay copias de un Ori­ginal. Hay ejemplos de algo Ejem­plar. Las Ideas son modeladoras y el mundo es lo mo­delado. Estas esencias puras trascienden la Naturaleza y se dan en ella en el transcurso del tiempo y del espacio.

“La Geometría -dice el filósofo griego en la República- no estudia lo que nace o muere : es el conocimiento de lo que siempre es”. Un círculo puede definirse de manera general como una figura plana compuesta por una serie de puntos todos equidistantes de un punto central. Sin embargo, nadie ha visto en realidad el Círculo-en-sí. Las “cosas múltiples -se nos dice también en la Politeia- son vistas y no concebidas; las Ideas son concebidas y no vistas”. Lo que podemos percibir son figuras dibujadas que resultan aproximaciones imprecisas a la Idea. El Círculo-en-sí existe, pero no en el mundo físico espacio-temporal sino como un ser prototípico en el mundo de las Ideas, que sólo puede ser conocido mediante la razón. Los dos mundos son separados y uno a la vez. Las Ideas confieren ser a las cosas sensibles, les dan estructura y presencia. Para Platón la verdadera realidad no es un dato sensible sino algo que debe ser encontrado reflexivamente. Las Ideas tienen mayor entidad que los objetos en el mundo físico tanto por su perfección y estabilidad como por el hecho de ser modelos, que dan a los objetos físicos comunes lo que tienen de realidad. Hay que buscar el ser que está detrás de la apariencia. Un objeto que existe en el mundo físico puede ser llamado de tal o cual manera porque se parece o participa (methexis) de la Idea correspondiente.

            Las Ideas son únicas, inmutables, atemporales, inespaciales, modelos, trascendentes, puras, causas del mundo sensible, perfectas frente a un mundo sensible que por oposición es múltiple, mutable, temporal, espacial, presente, impuro, compuesto, causado, imperfecto. La Belleza-en-sí, la Justicia-en-sí, el Bien-en-sí, el Blanco-en-sí, la Igualdad-en-sí, lo Mayor-en-sí, lo Menor-en-sí, la Unidad-en-sí, las figuras geométricas, etc. son algunos ejemplos de estas esencias.

            Estas Ideas -insistimos- no deben ser confundidas con sus copias sensibles: bella es Helena de Troya, pero también un corcel, una melodía, una poe­sía, un paisaje y muchas otras cosas. ¿Cómo podemos llamar bellas a todas estas cosas tan diferentes y ubicadas en tiempos y espacios tan distantes? ¿Si desaparecieran todas las cosas bellas desaparecería la Belleza del universo para toda la eternidad? La respuesta platónica sería naturalmente que no, puesto que el mundo sensible porta pero no es dueño de esa cualidad, que es una esencia trascendente.

Es correcto decir que la flor es bella, pero en tanto se niega como tal au­tónomamente y admite la Idea (en este caso de lo Bello) que la sustenta y la hace bella. “A pesar de la aparente existencia múlti­ple, la flor es una y solo una. Admirarse de las numerosas flores es cosa vana: sólo hay una. Por el tiempo y el espacio se multiplica la Idea en numerosos fenómenos” dirá platónicamente Arthur Schopenhauer en el siglo XIX.

 

 

            Entre ambos mundos existe una relación: el mundo sensi­ble parti­cipa, copia, imita, aspira a ser como ese mundo supe­rior y perfecto. Este mundo es una imagen o copia de ese mundo al que parcialmente accede­mos con nues­tra inteligen­cia.

            Este mundo sensible es una participación de esas Ideas; desea ser como ellas, pero sólo es una copia imperfecta de esa su verdadera realidad. Las Ideas son el paradigma, el mo­delo; las cosas sus copias o imágenes. Todo lo sensible posee una apetencia o aspiración ya cons­ciente (en el alma filosófica) ya incons­ciente (naturaleza) que empuja a pare­cerse a las Ideas; lo imper­fecto o in­completo tiende a completar su falen­cia ten­diendo a lo per­fecto.El mundo tiende a cumplir un mo­delo que nunca alcanza definitivamente. La manifestación de la Idea está entorpecida, oscure­cida, desfi­gurada por la materia y por ello la co­pia es co­pia. No hay represen­tación adecuada de la Idea par­ticipada. Hay reflejos con ma­yor o menor grado de imper­fección que tratan de realizarse más com­pletamente.

Si comprendemos lo que es en esencia el amor podremos comprender que el amor atraviesa propiamente el cosmos platónico. El amor en general es un deseo de algo que está ausente, que falta, una sen­sación de incompletitud que se busca satisfacer en presencia del ob­jeto amado. Así, por ejemplo, dos amantes se sienten desgarrados si no están juntos. El amor, en tanto deseo, es señal de privación. El amante tiende a lo amado para com­pletar su vacío e incompletitud. Lo amado es un bien al que se tiende. Mas no sólo los seres vivos aman o aspiran a un grado mayor de perfección: toda la rea­lidad ama o desea comple­tarse, es decir, copiar de la mejor manera el modelo del cual participa, tratar de superar su imperfección tendiendo a lo per­fecto. El amor, como deseo de completar la propia incompleti­tud, es pues una tendencia que recorre la totalidad del cosmos platónico. La inercia o empuje de la Naturaleza toda en pos de una meta se explica en Platón por las Ideas, las copias y el amor.

Son de importancia en la obra de Platón sus narraciones de carácter mítico, ficciones ilustrativas, en el mayor número de los casos, de sus abstractas teorías metafísicas, gnoseológicas y éticas. Luchaba a través de ellas por encontrar la forma de expresar algo que se hacía difícil decir de otra manera. Gracias al mito lo inefable se vuelve comunicable. Así, el conocido mito de la caverna (en el libro séptimo de la República), por ejemplo, describe a ciertos prisioneros en lo profundo de una caverna. Atados de cara a la pared, su visión está limitada y por lo tanto no pueden ver hacia atrás, hacia el exterior. Lo único que se ve es el fondo de la caverna, cual pantalla, sobre la que se reflejan modelos o estatuas de animales y objetos que pasan delante de una gran hoguera resplandeciente, la cual se encuentra detrás de estos hombres encadenados. Sólo contemplan sombras pero las toman por realidades, pues de hecho nunca han visto otra cosa. Uno de los individuos huye y sale al mundo exterior. Se le hace difícil el ascenso y, ya fuera, puede observar las cosas reales sólo paulatinamente. Decide regresar a contarles a sus camaradas sobre lo que ha visto (y en esto puede verse un símil a la tarea de Sócrates). Les invita a liberarse, a ver la verdad de las cosas, pero en un símbolo amargo, los prisioneros están más cerca de matarlo que de escucharlo, reacios a enfrentar el sacrificio de ver la realidad. El mundo de sombras de la caverna simboliza para Platón el mundo sensible o de las apariencias. Los prisioneros son los hombres en general. El que escapa es el filósofo, un hombre que enfrenta la tarea de descubrir la verdad. El mundo exterior sería el mundo inteligible.



En su clásica imagen del Estado como una nave en el mar, muestra Platón simbólicamente cómo el desgobierno genera peligro. Los marineros se disputan el timón de la nave pero no están preparados para tal tarea. El verdadero piloto es aquel que debe mirar el cielo, los astros, las estrellas, debe tener en cuenta el cambio de las estaciones, los vientos y todo cuanto parece alejado del interés inmediato. Los marineros consideran al piloto un visionario que pierde su tiempo en tales cosas, lo desplazan y llevan a la nave a la catástrofe. No ven que hay que ver más allá de lo evidente y concreto para seguir el rumbo correcto. No deja de tener paralelismos esta situación con la narrada en la alegoría de la caverna.


Como puede verse, lucha Platón contra la actitud de redu­cir la realidad a lo mera­mente presente que nos entregan per­manentemente los sentidos, de con­siderar sólo y finalmente la diversidad y mul­tiplicidad de indivi­duos eva­nescentes. Lucha contra la concep­ción ingenua del mundo, contra la “falsa” reali­dad inmediata. La realidad, la verdadera realidad, es más compleja de lo que comúnmente se cree. El mundo de las Ideas (y sus interpretaciones por más de dos mil años) resultaría una manera de ver las cosas, una gran metáfora, que nos invita a pensar en la realidad de un modo más profundo.

 
   
 
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