Filoateniense
  Lipovetsky, Baudrillard & otros autores recientes
 

 

 

“Posmodernidad” es un concepto que ha sido empleado – según Jean-Francois Lyotard- “para referirse al estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado las reglas de juego de la ciencia, las artes y la literatura  a partir del siglo XIX”.  Y agrega: “Simplificando al máximo, se tiene por posmoderna a la incredulidad con respecto a los metarrelatos”, un cuestionamiento a los discursos totalizadores sobre la realidad, una desconfianza en que ellos puedan dar cabal explicación de la realidad total. Se valoran entonces los conocimientos fragmentarios, débiles, pluralistas. Así, entre las principales características asociadas a esta nueva mentalidad filosófica predominante a los incios del tercer milenio, podemos mencionar: la muerte de las ideologías, el abandono de las religiones tradicionales, el descredito del poder de la razón iluminista, la disolución del pensamiento abstracto, la falta de proyectos colectivos, la ausencia de una idea de unidad o totalidad, la carencia de proyectos legitimadores, la pérdida del sentido de valor, el vacío de parámetros éticos universales, un historicismo acentuado cuyo mejor ejemplo es la propia cultura (que termina atada al pasado y a su recreación permanente, con una cultura del pastiche -reviven estilos muertos-, carencia de normativa, se vive una permanente reproducción de imágenes -extremo de la cosificación-).

Frederic Jameson (1934) habla del “fracaso de lo nuevo”. Hay una suerte de imitación de los muertos, una falta de fecundidad y recreación permanente de lo pasado. Este autor retoma el concepto de esquizofrenia de Lacan y lo aplica a la época posmoderna, entendiéndola como fragmentaria (no hay mensaje global unificado) y discontinua (inorganicidad de la realidad).

La noción de verdad  -según el italiano Gianni Vattimo (1936)- “ya no subsiste y no hay ningún fundamento para creer en un fundamento ni por tanto para que el pensamiento deba fundar algo”. Esta concepción no implica que no haya verdad sino la ausencia de toda verdad objetiva y de la vanidad de todo esfuerzo en pos de ella. Surge lo que Vattimo llama el “pensamiento débil” : un pensar desde la desorientación y la inseguridad, sin base de apoyo, sin garantías de éxito.

Vattimo, a partir de Nietzsche y Heidegger, propone una meditación sobre lo histórico concreto en términos de análisis cultural, como etapa primera a todo replanteamiento del problema del ser y de la verdad. Surge un pensar tentativo, un pensar hermenéutico para el cual ser en el mundo implica ya un cohabitar con un conjunto de significados, con una precomprensión no tematizada que es fuente de cualquier interpretación posterior.  Es el “círculo hermenéutico”, condición de posibilidad de cualquier reflexión y hacer posibles.

El lenguaje posee al hombre y aquel es prexistente a  este último. Pensar es oir ese lenguaje. La tarea hermenéutica es un deambular por lo oculto, lo implícito, lo no dicho. Se trata de desentrañar sentidos ocultos presentes en el análisis de la cultura humana. Todo es interpretación e interpretación de interpretación. El hombre es un viajero que sabe más bien poco salvo que lo espera la muerte. Su vida es un decodificar significados de una trama ya preexistente de sentidos intrincadamente conectados pero no explicitados. La historia, la tradición se presentan como espacios de descubrimiento y de interpretación. En una suerte de gran burbuja histórica el hombre reencuentra sentidos que permiten permanente interpretación. En la posmodernidad descubrimos que somos hombres que soñamos y que, desde hace ya un largo tiempo, sabemos que soñamos.  Es un nihilismo profundo, una “ontología del declinar” u ontología hermenéutica, la aparición de un pensamiento débil. Ante una acultura científica que se arroga una nueva fortaleza ante las ya perdidas (de Dios, de la razón, del sujeto) se debe propender a un individuo débil. El estudio de tradiciones pasadas, de los modelos pretéritos permite no tomar el orden actual como natural y único. La diversidad lleva a la relatividad y a la dificultad de que se impongan nuevos absolutos. Aquí hay una actitud ética de la actitud hermenéutica. La profusión de viejos relatos deshace la pretensión reducidora del mensaje presente. El énfasis en la historicidad del hombre permite al hombre tener lugar. No hay lugar metateórico desde donde teorizar pues todo lugar es una posición determinada.

El autor francés Gilles Lipovetsky (1944) presenta un conjunto de herramientas metodológicas interdisciplinarias para analizar la sociedad contemporánea. Analiza la personalidad contradictoria y fragmentaria de la posmodernidad. Busca las razones sociales que llevan a tal período en los últimos treinta años.

Autor de El imperio de lo efímero, La era del vacío, El crepúsculo del deber nos muestra las amenazas visibles e invisibles de la sociedad de consumo. Dedica un espacio considerable al fenómeno de la moda (sobre todo en la primera obra), categoría que se ha extendido a todos los órdenes de la vida, con su estructura de transformar todo lo reciente en obsoleto, lo fugaz en permanente, lo superfluo en importante pero sólo por un momento.  En una época donde el diseño comercial (suave, liso, brillante, llamativo) con funciones instrumentales de la sociedad de consumo lo domina todo, los gustos están standarizados. Se estudia lo que seduce y atrae para transformarlo en herramienta de venta. Desde los productos de supermercado hasta el material de lectura y el lenguaje político, todo  está en función de su acepetación y consumo. Todo es packaging, merchandising, marketing.

A partir del fin de la Edad Media lo estético se transforma en elemento histórico. Ligado a lo estético vienen lo superfluo, lo frívolo, lo presente, como oposición a lo tradicional, a lo pasado y su normativa. La moda se acopla a una sociedad en cambio permanente y se transforma en co-causa de tal cambio.

Entre los aristócratas la moda se expresa como vanidad y distinción social, dentro de una estética de la seducción. Con la revolución industrial y hasta después de la guerra la moda se mantiene como diferenciador social, mostrando una alta costura en las clases privilegiadas y una standarización en la producción en serie para la mayoría. La “moda abierta” tiene lugar en la posguerra y fusiona toda producción en una imagen de rebeldía, emancipación y hasta desaliño, transformando a la moda en expresión del individuo y de nueva seducción. Este devenir de la moda acompaña a la modernidad. Moda e individuo corren paralelos. Libertad e individualismo se ven más presentes progresivamente. Un proceso de personalización generalizado y de hedonismo individualista se desenvuelven progresivamente. Es la cultura que Lipovetsky llama “posmodernista”  en donde predomina lo individual por sobre lo universal, hay una diversificación de los gustos y la conducta, desaparecen los mensajes totalizadores. No hay “proyecto histórico movilizador, no hay ídolos, sólo se presenta un vacío no apocalíptico ni trágico”. El consumismo es el principal alimento social. Estamos en el individuo total, en la lógica derivación del proyecto modernista.

Surge el narcisista, individuo no comprometido, irreverente, avido de juventud, tolerante, indiferente, apático. Socialmente se produce una flexibilidad amplia de conductas y proyectos. Hay una “hipertrofia del ego”. Narciso pierde la dimensión histórica y todo se vuelve un eterno presente. La sedución permanente, la hiperelección incesante, la satisfacción instantánea e ininterrumpida son los espacios en que los narcisistas contemporáneos se movilizan. Hay, dice el autor francés, “una convivencia de los incomunicados”. El imperio de lo efímero se opone radicalmente al platonismo. La imagen sensible seduce y se pierde toda trascendencia esencialista.

En El crepúsculo del deber plantea el autor francés que la ética en la modernidad presentó un abandono de apoyos trascendentes para reemplazarlos por una obligación no menos rigurosa basada en una ley presente en nosotros mismos. Es el período de secularización de la moral. Mas la ética del deber subsiguiente, en los últimos cuarenta años, fue perdiendo su fuerza. Con la liquidación del deber parecía desaparecer la propia ética.

Pero es evidente que se hace necesaria alguna suerte de apoyo a una regulación moral de los hombres. Curiosamente para Lipovestky no se puede volver a buscar en el pasado lo que ya quedó atrás: se construye entonces para él una ética “inteligente” que acompaña el hedonismo efímero del narciso contemporáneo, produciéndose una defensa pragmática (una ética de resultados concretos más que de seguimiento a “intenciones puras”) de un individualismo ético (“ética indolora”) por oposición a  toda normativa moral basada en el deber y autosacrificio (propia de un período que presenta el quiebre de todos los valores).

 

Jean Baudrillard (1929) Es autor de Las estrategias fatales, La transparencia del mal, La sociedad de consumo, La seducción,  La ilusión del fin o la huelga de los acontecimientos, de La guerra del golfo no ha tenido lugar, El crimen perfecto, entre otros textos.

Baudrillard nos alerta sobre los peligros no de la carencia de información sino, por el contrario, del exceso de ella, invitándonos a practicar concientemente la desinformación. En efecto, ese exceso de datos que caracteriza a la cultura actual nos somete a datos de desigual valor, se vuelven inmanejables y evitan la actitud crítica, confundiendo al pensamiento que se vuelve solo un ordinateur, un almacen de imágenes nuevas que no piensa o, peor aún, cree pensar.

La globalización es también un peligro. Su tendencia a la universalización es en realidad el triunfo de la pensée unique  o pensamiento único, destructor de las culturas particulares, que es diferente a un pensar universal. “Toda cultura digna de ese nombre, -dice el escritor francés- cuando pierde su singularidad, muere. Pero mientras las culturas que fueron destruidas por la fuerza mueren en su singularidad, que es una muerte bella, nosotros morimos por la flata de toda singularidad, la exterminación de todos los valores, que es una mala muerte”. “Morimos de la pérdida de toda singularidad -dice Baudrillard en Pantalla total-, del exterminio de todos nuestros valores”. Y agrega el autor francés : “La democracia y los derechos humanos circulan exactamente como cualquier producto mundial, como el petróleo o los capitales”. La globalización económica, cultural, comunicativa produce la aparición de un lenguaje universal, publicitario, con ciertas marcas fetiches (por ejemplo de gaseosa, de fast-food) que se instalan como sinónimos universales de sus respectivos generos (bebida o comida, en los ejemplos sugeridos). Todos manejan ciertas etiquetas básicas.

Nos encontramos “en una sociedad aculturada a lo universal”. “La mundialización triunfante hace tabla rasa de todas las diferencias y de todos los valores, inaugurando una incultura perfectamente indiferente”.

Existe otra situación problemática : la hiperrealidad. Considera que la sociedad moderna ex-termina la realidad al hacerla posible (hiperrealismo), al darnos siempre un poco más. Consiste en la perfección técnica, el no dejar lugar a la continuidad o situación ulterior en todo proceso, “la potencialización de la realidad de lo real”, es el acabamiento de lo posible por lo logrado definitivamente, “ya no hay realidad inconclusa, la realidad se presenta como no faltándole nada”. La hiperrealidad ha cometido el crimen perfecto, asesinando la realidad, o mejor aún, la ilusión vital o poder positivo de la ilusión de lo posible o deseable. Lo realizable se transformó en realizado. Una suerte de vértigo colectivo anónimo es el autor de esta empresa universal. La realidad ya está toda aquí, no hay que correr tras nada más ; este “logro” es, en verdad, una tragedia. “La regla de no acabar nunca totalmente con las cosas”, de dejar un margen a lo posible como esperanza vital humana ha sido ignorada.Las cosas se tornan perfectas. Llevados al fin, se produce la situación de esterilidad, de vacío, de no tener ya proyecto. Los objetos desnudos ya no poseen magia.  Desaparece la subjetividad diferenciante. El propio amor, rutinizado,  standarizado, “se hizo normal, es una costumbre, un momento social determinado, un comportamiento más”. Ya no encontramos el amor pasión sino un amor consensual, un amor degradado a rutina de amar.

La comunicación misma se encuentra pervertida. “El signo, en vez de señalar una realidad determinada, se ocupa de hacer desaparecer la realidad y en esconder, al mismo tiempo, esa realidad”. El signo, medio, se transforma en lo que representa, el fin. Manejamos signos tomándolos por la realidad.

“La única manera de devolver la ilusión a la realidad es la desinformación, la desprogramación, hacer fracasar la perfección”. “La estructura del sistema operará su propia destrucción”. La falta de imaginación y la confusión valorativa llevan a la descomposición. Llegará como producto de la universalización total, la operación inversa, la reversión de la situación. Hay que “desarrollar  la resistencia crítica”,  se debe “tomar las cosas al revés pues hay que poder revertir las cosas e ir contra el pensamiento dominante”. Dice constatar  Baudrillard que: “frente al poder disolvente y homogeneizador vemos levantarse por todas partes fuerzas heterogéneas, no solamente diferentes, sino también antagónicas e irreductibles”.

Vivir se ha tornado un proceso de acumulación. La simulación gobierna. La seducción rescata la apariencia, lo horizontal. El mundo es un encadenamiento de seducciones. Nuestra sociedad han llegado a la saturación por multiplicidad enloquecida de signos. Morimos por exceso. Los acontecimientos tienen existencia pero su significación está en plena incertidumbre. Por otra parte, el objeto se apodera del sujeto (aquel es más maligno, más genial, más cínico).

 
   
 
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